jueves, 6 de marzo de 2014

Cuaresma, camino hacia la Pascua, tiempo de renovación personal y sacramental











La Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. De la misma manera como el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para poder ingresar a la Tierra Prometida; la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, se prepara para vivir y celebrar la Resurrección del Señor. A lo largo de cuarenta días nos vamos disponiendo para acoger cada vez más profundamente en nuestras vidas el misterio central de nuestra fe. La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo. Tiempo para escuchar la Palabra de Dios que nos dice “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.” Este tiempo de cuaresma que estamos viviendo a partir del miércoles de cenizas es un camino que nos lleva al misterio más profundo de nuestra fe: la muerte y la resurrección de nuestro Señor. Este camino solo tiene sentido si desemboca en la cruz de Jesús. Por lo tanto nos parece que no podemos vivir la cuaresma sin poner nuestros ojos en la Pascua. La Cuaresma ha de ser un tiempo de gracia y de compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra adhesión a Él y para anunciarlo con esperanza y gozo; pero, ¿Cómo hacerlo? CON LA ORACIÓN. Acercándonos a Jesús. Sin Él, nos alejamos y vivimos sin comunicación con el Padre. Sin la oración, la desorientación invade nuestra vida espiritual. CON LA CARIDAD. Con ella nos convertimos en las manos de Cristo que da, que ofrece. Sin ella, nuestra fe, se puede transformar en una gran mentira. En la caridad, se concentra toda la vida de Jesús. CON EL AYUNO. El ayuno significa la abstinencia de la comida, es el signo externo de una realidad interior, de nuestro compromiso, con la ayuda de Dios, de abstenernos del mal y de vivir el Evangelio. “Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación”, que nos decía san Pablo en la carta a los Corintios. Pero también el profeta nos ha convocado al sonido de la trompeta para que nos congreguemos en este tiempo y escuchemos la invitación que de parte del Señor nos hace a la conversión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario