domingo, 18 de marzo de 2012

Vida de familia, signo privilegiado del amor de Dios. “El hogar de Nazaret”





Dios quiso que, como la mayoría de los hombres, Jesús viviese en un ambiente familiar. Podía haber sido de otra manera, como por ejemplo, vivir como un niño adoptado en el Templo, o crecer en otro ambiente; incluso no es impensable que Dios hubiese querido hacerse hombre sin pasar por la niñez, y por tanto, por el ambiente familiar. Pero el hecho es que la familia le rodea con su cálido y amable clima. El Matrimonio de José y María fue ciertamente peculiar, pues fue virginal, pero era un auténtico matrimonio. Los vínculos entre María y José son de verdaderos esposos, aunque libremente vivan de manera virginal por designio divino. Es fácil ver aquí la importancia que Dios concede a la familia, y la incluye de manera especial en la restauración de lo humano realizada en la Redención. La familia es un signo privilegiado del amor de Dios. El libro del Génesis muestra la voluntad de Dios de crear al hombre y a la mujer para que inicien una institución básica: el matrimonio; institución orientada a la vida y al amor. Los padres engendran hijos para Dios, y conviven en un clima reflejo de ese amor divino, tanto es así que no puede ser sustituido por ningún otro. Dios quiere que los seres humanos entren en el tiempo en un clima de amor. Los padres crean este amor; pero ellos mismos se benefician y crecen en su mutua estimación por la presencia de los hijos. El pecado deformó en gran parte la vida familiar. A través de los siglos se han dado males contra los recién nacidos, que exigen silenciosamente una vida de amor lo más plena posible; y también contra los niños y los adultos por no seguir el plan amoroso de Dios sobre la familia. Ejemplos de esas fallas son la separación de los padres, la infidelidad, los malos tratos e, incluso, el abandono de los niños; y otras que reflejan más el egoísmo que el amor, como son la sobreprotección, la ausencia de formación para la generosidad etc. Esta situación necesitaba Redención. El ambiente familiar es grato y dulcísimo en la medida en que se consigue que reine el amor en aquel hogar. En cualquier colectividad humana si en ella falta amor se puede convertir en un infierno. Esto es más intenso para la vida familiar porque los lazos son más profundos. La experiencia humana muestra que, cuanto más cerca de Dios viven los miembros de una familia, el amor entre ellos es más pleno. El amor de Dios purifica el lastre de egoísmo que toda criatura arrastra. Los padres comprenden mejor a los hijos y se entregan más a ellos. Los hijos obedecen con más prontitud; y cuando crecen, honrarán a sus padres. Los vínculos familiares son cada vez más fuertes y más gratos, incluso cuando llegan desgracias. ¿Cómo era el ambiente del hogar de Nazaret? La respuesta es sencilla: un ambiente de la máxima caridad, y, por tanto, grato, amable. Jesús es el Amor hecho carne. María, inmune de pecado y llena de Dios, no tiene dificultad para querer. José, el varón justo que responde que sí a la voluntad divina tanto cuando se presenta fácil como cuando viene rodeada de dificultad, asombra con su prontitud para servir. En una palabra se puede condensar el ambiente que observamos en la Sagrada Familia: servicio. Allí todos sirven a todos; cada uno sirve según su lugar natural en la familia. No se limitan a cumplir, sino que cada uno se excede en el amor según sus posibilidades. No cabe en aquella familia el que cada uno vaya a lo suyo, porque lo que cada uno pretende es servir a los demás. Si usamos un poco la imaginación para comprender mejor aquel ambiente de la Sagrada Familia podemos observar un cuadro muy amable, pero normal. José, trabajando, lucha por conseguir el sustento necesario, y toma las decisiones importantes de la vida diaria., es de suponer que tendría en ella en cuenta la opinión de la Virgen. María tendría la casa limpia, cuidada; sabría poner esos detalles que alegran la vista y llevan a alabar a Dios como el adorno de una flor o un detalle bien cuidado; la comida estaría preparada con delicadeza: pobre, pero digna. Jesús alegraría la casa con sus risas, aprendiendo de José su trabajo, y de María las primeras letras. Después, con el paso del tiempo, las conversaciones serían entrañables entre los tres. La oración la realizarían unas veces juntos; otras, por separado; pero sería una parte importante de la vida diaria. La Sagrada Familia es el modelo para toda familia; especialmente para la familia cristiana, que convierte a los hogares en "luminosos y alegres", cada hogar cristiano debería ser un remanso de serenidad, en el que por encima de las pequeñas contradicciones diarias se percibiera un cariño hondo y sincero, una tranquilidad profunda, fruto de una fe real y vivida. En la medida en que se consigue que un hogar se asemeje al de Nazaret, será más luminoso e iluminará al mundo con una paz que sin Dios es imposible de encontrar. Además, cada miembro de la familia podrá, .desarrollar su personalidad de una manera armónica con naturalidad y sin estridencias. La alegría del hogar nace de esa paz, no del egoísmo calculado. La familia llega a ser aquel lugar donde cada uno es amado por sí mismo, sean cuales sean sus méritos, cualidades físicas o morales. El amor está más purificado de esos egoísmos que lo enturbian con frecuencia. La meta es grande y el modelo claro: La Sagrada Familia de Nazaret.

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